martes, 6 de julio de 2010

La caja de Pandora

Con cada uno de sus parientes satisfecho la vida se hizo maravillosa para los inmortales.
Cada placer buscado era un placer ganado. Todo lo que querían era suyo e incluso más.
Tanto como habían deseado la tranquilidad y serenidad de esta vida otra parte de ellos
añoraba los cambios de los tiempos de confrontación. No teniendo ningún deseo de
resucitar a sus enemigos Zeus buscó otra manera de divertir a sus hermanos y
hermanas.
De la arcilla de la tierra creó la primera criatura que podría razonar. Tripule, lo llamó. El
ser creado le pidió otro nombre y Zeus concedió que se llamase Epimeteo.
Epimeteo se parecía a los dioses. La enfermedad y la muerte le eran desconocidas.
Estaba satisfecho y por consiguiente sus acciones se hicieron predecibles.
Desde su alto asiento en el Olimpo Zeus observó a Epimeteo y quiso su felicidad. Zeus le
dio el dominio sobre la tierra y sus criaturas. Epimeteo respondió alabando a Zeus, quien
saboreó su alabanza.
Pero la alabanza interminable, con el tiempo, se vuelve tan aburrida como su falta. Y
Zeus decidió ayudar su criatura dándole una compañera. El dios llamó a sus hermanos y
hermanas y les contó su plan
-Debemos hacer otra criatura, una mujer, para que sea a la vez igual a Epimeteo y todo
lo contrario de él. Una vez pusimos lo mejor de todos nosotros y creamos al hombre, esta
mujer debe ser diferente.
-¿Qué quieres decir con diferente? Preguntó su hermano.
-Poseidón, dijo Zeus
-Esta criatura debe ser en todos los sentidos diferente al hombre. Donde el hombre es
duro, ella será suave. Donde el hombre es fuerte ella será débil. Donde el hombre es
necio, ella será sabia. Donde el hombre es valiente, ella será tímida.
Donde el hombre se asusta, ella será valiente.
-¿Pero, cuándo los dos combinen sus talentos no nos rivalizarán a nosotros? Dijo
Poseidón.
-Claro, pero nosotros no se lo diremos, contestó Zeus sonriendo.
-Tú lo sabes mejor, hermano. ¿En qué podemos contribuir nosotros? Preguntó el dios del
mar mientras sus barbas se secaban a la brisa.
Zeus se levantó del trono y caminó entre ellos. Con una mirada dura en su cara
marmórea, les dijo,
-De cada uno de vosotros yo quiero los contrarios en el mundo. Cuando le demos el don
del amor a la mujer, le daremos también el don de los celos.
Donde nosotros pongamos la debilidad en la criatura, también le daremos la fuerza.
Tendrá la belleza Afrodita, pero su inseguridad le causará vanidad. Con el tiempo se
combinarán todos los elementos contrarios que nosotros queramos.
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-¿Cómo se llamará esta mujer? preguntó Hades
-La llamaré Pandora.
-Entiendo, Pandora quiere decir todo. Muy bien.
Entonces los dioses se separaron y cada uno recogió sus propiedades. Atenea le dio una
mente inteligente y una curiosidad aplastante. Zeus le preguntó a su hija por qué había
elegido tal pareja.
Atenea contestó,
-Aunque estos dos atributos no parecen ser contrarios, lo son en verdad. Tanto como la
curiosidad puede llevar al conocimiento, la curiosidad lleva en el futuro a la pérdida de
ese mismo conocimiento. Mientras el conocimiento es bueno y fuerte, puede debilitarse
por la necesidad de saber demasiado.
Una nube pasó por el su semblante de Zeus, pero después sonrió.
-Comprendo, Atenea, pero ¿la sutileza se perderá en estas criaturas?
-Quizás. Quizás. Pero nosotros debemos darles la oportunidad de pasar más tiempo
juntos que separados. ¿Estás de acuerdo, padre?
-Sí, lo estoy, respondió Zeus disipando las nubes y calentando todos los corazones con la
luz de su sonrisa.
Cuando Epimeteo encontró el regalo de Zeus su corazón se alegró. Pandora era diestra
con sus dedos y podría hacer muchas de las cosas que a él le preocupaban. Nunca en
toda su existencia el hombre había conseguido la paciencia necesaria para tejer las hojas
formando un cuenco para beber el agua pura que fluía de la tierra. La mujer dominó el
arte casi inmediatamente y Epimeteo tuvo cuidado especial en agradecer a los dioses por
su regalo maravilloso.
Pero la complacencia del Olimpo pronto se tornó en fastidio y cansado de oírse alabado
día tras día Zeus llamó a Hades y le dijo,
-Escucha, quiero que vayas a los lugares oscuros que tan bien conoces y recojas lo que
encuentres. Quiero los espíritus de la enfermedad, del hambre, la desesperación, la
crueldad, y el resto. Mételos en una caja fuerte y tráemelos"
-¿Para qué, hermano?
-Hades, tengo mis razones. Por favor haz cuanto te digo.
El sol resplandecía brillantemente y el rocío de la mañana había pasado dejando el mundo
lujuriante y verde. Juntos Pandora y Epimeteo se sentaban bajo un olivo y saborearon
una vez más del sabroso fruto de Atenea. Por el camino vieron acercarse a un hombre
que transportaba una caja muy pesada. Juntos corrieron hacia él para ofrecerle su ayuda.
Pandora preguntó,
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-¿Podemos ayudarte a llevar su carga?
Los ojos del viajero parecían profundos y en ellos se reflejaba cierta tristeza,
-Sí, por favor, contestó.
Entre Epimeteo y Pandora recogieron la gran caja la llevaron a la sombra del olivo.
Pandora se apresuró a sacar un poco de agua clara. Rápidamente formó un cuenco con
cañas y trajo la bebida fresca al extraño.
Con un suspiro, el hombre aceptó su regalo y bebió profundamente de la sangre de la
tierra. La mirada dura en su cara empezó a aliviarse y finalmente dijo que debía continuar
su camino.
-Si no fuera demasiado pedir ¿podría dejar mi carga durante algún tiempo aquí? Debo
darme prisa para alcanzar mi destino.
Epimeteo examinó al joven y sonrió,
-Por supuesto. Tu caja estará segura con nosotros. Ven a recogerla cuando quieras, aquí
estará.
-Escuchad, Epimeteo y Pandora, -dijo el joven- No debéis intentar abrir mi caja. Podría
haber consecuencias terribles si lo hacéis.
Epimeteo asintió con la cabeza y sonrió,
-No te preocupes. Nada perturbará tu caja.
Pandora manifestó su acuerdo, pero sus ojos no se apartaron de la caja cuidadosamente
decorada.
Cuando el joven partió para continuar su viaje. Epimeteo sonrió suponiendo que él debía
de haber sido uno de los inmortales.
Pasaban los días y la caja permanecía donde el extraño la había puesto. A menudo
Pandora miraba los delicados diseños tallados en su superficie y se maravillaba. Ella
pensó que quienquiera que hubiera creado tal belleza en el exterior de un recipiente debía
tener algo muy especial escondido dentro.
La semilla de la curiosidad que Atenea había plantado en Pandora empezó a crecer.
Pronto la mujer se despertaba al alba para examinar la caja. Aunque no sabía leer, intuía
que había palabras escritas en oro sobre la caja. Los preciosos labrados de figuras
masculinas y femeninas le fascinaban y los contemplaba durante horas rozándolos con
sus dedos, mientras su curiosidad crecía.
Un día, cuando Epimeteo estaba lejos, Pandora acercó su oreja a la caja con la esperanza
de que cualquier sonido se escapara. Entonces una voz tan débil que podría haber sido el
soplo del viento le dijo así,
-Ayúdanos. Por favor, Pandora, abre la caja y revélanos.
Se apartó el pelo negro y largo y puso su oreja desnuda contra la caja para escuchar
mejor. Débil, pero más claramente que antes la voz le susurró,
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-Pandora, revélanos. Necesitamos ser libres.
Con gran vacilación decidió atisbar dentro para ver quién era que le pedía ayuda y saber
si su aspecto era el de alguien a quien a ella le gustaría ayudar. Cuando rozó el cordón
que sostenía la tapa cerrada, Pandora se sorprendió pues el nudo se deshizo en sus
dedos. Posó las manos en los bordes de la tapa. Miró a su alrededor para ver si Epimeteo
podía verla. Él estaba lejos. Débilmente las voces lloraron de nuevo. Con una imperiosa
resolución, Pandora empezó a alzar la tapa. La caja, se abrió fácilmente.
Pandora esperaba poder ver quién la había llamado, pero las criaturas de la caja volaron
en un torbellino alrededor de la mujer. Sólo se detenían para morderla y picarla. Eran
unas criaturas odiosas y rencorosas. Ella intentó cerrar la tapa para detener su prisa por
la libertad pero ya habían escapado. Después de haberla torturado un largo rato salieron
volando en busca de Epimeteo.
-¿Qué he hecho?, se dijo Pandora
La mujer lloró silenciosamente sentada en el césped verde bajo el sol pálido y se apoyó
contra la caja. Las lágrimas mancharon su cara bonita y ella bajó la cabeza avergonzada.
Aunque las criaturas no se habían identificado, algo en ella intuyó quiénes eran.
Los gritos de Epimeteo a quien también los males estaban atacando sin misericordia
aumentaron sus amargas lágrimas. Finalmente cuándo sus lamentos se iban apagando,
Pandora oyó una voz débil que dulcemente preguntaba
-¿Pandora, por favor, puedes soltarme?
-¿Para qué?- contestó ella
-¿No has visto quiénes eran?
-Son mis hermanas, pero puedo asegurarte que yo soy como ellos.
Pandora que sentía que todo estaba tristemente perdido abrió la caja. Una hermosa hada
con las alas de mariposa voló brillando débilmente en la luz del sol. El hada voló rozando
a Pandora y posándose sobre sus heridas la fue curando. Después voló sobre Epimeteo y
lo sanó por completo.
Pandora se sentó sobre la caja y meditó. Y entonces supo que el nombre de aquella
pequeña hada era Esperanza
Al cabo de un rato, la mariposa descansó exhausta en el hombro de Pandora. La mujer
vio como la criatura se introducía sin dolor en su carne y se posaba en su corazón.
Entonces comprendió el don de la esperanza, aunque no pudiera borrar el dolor que sus
hermanas habían traído al mundo, podría hacer ese dolor más fácil.
Pandora apuntó una leve sonrisa al saber que siempre existirá la esperanza.

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